¿Podría ser que, en el acto de cuidar el mundo, que a menudo se me aparece tan extraño, aprendiéramos a cuidar de uno mismo, esto es, de nosotros mismos? Se puede cuidar el lenguaje, tratar de hablar sin género, pero entonces decir algo que realmente salga de adentro, se me hace muy difícil, por ejemplo. Se puede cuidar el planeta, pero ya se ha visto que no estamos por la labor y que es algo que yo puedo hacer pero sin que me impacte, ya no digo al planeta sino a mí misma. Se puede cuidar mucho, todo de hecho. Entre todo el mundo lo podemos cuidar todo. Esto, si no es posible, al menos suena bien para un cartel publicitario.
No voy a tratar escribir cosas complicadas, más bien se me van a complicar las cosas que trataré de escribir porque la idea en mi mente es muy clara, una imagen totalmente inteligible, pero a la hora de representarla mediante palabras, no acabo de llegar a lo que quiero decir de verdad, aunque esté cercándolo. Por tanto, el mundo me aparece extraño. Pero más extraña me aparezco yo que, aunque también soy mundo, salgo de adentro, como de un mundo en general oscuro de vacío (pero no en sentido pesimista) y con un gran tráfico de cosas. Pensamientos, imaginaciones, razonamientos, contra-razonamientos; todo ello casi siempre lleno de color y contenido y emociones. En fin, que vengo de un mundo a otro mundo. Igual de desconocido. E igual de grande me parece, aunque sé perfectamente que no tengo conciencia de cuánto.
Un día tuve la suerte de darme cuenta de lo mal que lo estaba haciendo, eso del cuidado en general. Era evidentísimo. Lo que pasó fue que cuando fui a mirar de cerca el problema, cuando al final me atreví, no supe por dónde se escapaban las cosas, como cuando una cañería gotea ligeramente por varios sitios, arreglas una parte y se pierde el agua por otra. Piensas que con una cinta de teflón valdrá, hasta que renuncias y ves que no tienes ni idea y que has dejado la cosa mucho peor de lo que estaba. Pero no desistas, no hay para tanto. Lamentablemente la tarea se echa al traste, pese a estar totalmente convencida de que algo podía hacer. Uno de aquellos convencimientos que no necesitan pruebas para creer en ellos, pero que tampoco haría falta que se demostrara lo contrario. Así que me quedé así, sin más, y me puse a limpiar. ¿Qué más podía hacer? Pues eso, cerrar la llave del agua. Claro, ¿cómo no me había dado cuenta? Pues el caso fue que sí que podía hacer algo, algo tarde, pero algo seguro por el momento.
El cuidado no es el apaño. Para apañar están todos los demás, igual que yo estoy para apañar a todos los demás. El cuidado es el mantener lo que se tiene. Primero te das cuenta de que vives en una casa. Te das cuenta incluso antes de tener conciencia de que vives dentro de ti mismo, de tu ente o de lo que se le quiera llamar. Y por eso mismo, porque me he percatado mucho antes de que mi casa es mi casa y no la casa de mi cuerpo, que ahí sí que estaría mi casa, en la que me proyecto y desarrollo, sin el cual nada sería: podría vivir sin casa; o podría vivir en varias casas simultáneamente; o puede que a lo largo de la vida cambie de casa en varias ocasiones. Pero no podría vivir sin cuerpo; o no podría vivir en varios cuerpos simultáneamente; o no puede ser que a lo largo de la vida cambie de cuerpo en varias ocasiones. ¿No?
¿No vive quien, aún sin cuerpo, perdura en nuestra sociedad por sus aportaciones a la misma? ¿No piensa la física cuántica que el cuerpo puede estar y no estar a la vez? ¿No mueren a diario millones de células de nuestro cuerpo y nacen tantos millones más que lo renuevan? ¿No puedo aceptar, con lo anterior, que mi cuerpo cambia a lo largo de la vida (de bebé a anciano), o lo que es lo mismo, que yo paso por varios cuerpos a lo largo de mi vida o mi existencia? En realidad, esto no acababa de venir al caso, de hecho, rompe la teoría que iba a exponer. Es lo maravilloso de la ciencia, lo que ahora es verdad, antes ya no lo era y mucho menos lo será ahora mismo que inevitablemente ya es después. Porque lo que iba a proponer es que el cuerpo es en realidad mi casa porque es lo que directamente tengo a mano. Es lo que me acerca, o desaleja de H., todo y a todo lo demás. Con suerte, con lo primero que se encontrará mi cuerpo, lo que antes tendrá a mano, es la casa misma. O una habitación. O una choza. O un cajero automático. Algo. Un refugio de montaña en verano. El hueco del motor de un coche en invierno. Lo que sea aquello con lo que primero se encuentra es aquello que cuida o descuida primero por el descuido a priori del ente por su propio ser, sea el caso de que el ente y el ser existan de verdad.
Lo que si que existe de verdad porque me lo he inventado yo es el yoga casero. Seguro que alguien lo ha pensado al mismo tiempo que yo ¡bis-bis! pero me lo he inventado yo. El yoga casero es eso que empiezas diciendo a tu nuevo novio que haces cuando no tienes a nadie que te ayude a limpiar la casa y te toca escobilla y guantes del Mercadona. Es aquello que te planteas hacer con arte porque de otro modo sería insoportable, más que nada porque se repite continuamente. Así que, si te lo planteas de este modo, no llegas al nirvana, pero sí que te evitas lumbalgias o latigazos cervicales: téngase en cuenta que hay que prestar mucha atención a la postura.
En serio, no está mal. No está mal cuando has acabado y dices: ¡joder qué bien me siento todos los sentidos! Y a la semana siguiente no se hace tan duro. Pero, lo bueno es que al cabo de los años la analogía corpo-casal se hace tan evidente, que ya tienes toda una teoría montada en la cabeza y con tal cantidad de datos empíricos que, gracias a Dios, no has anotado. Pero es igual, a ti te vale ver que el desorden de tu armario coincide con el desorden cultural y que si el desagüe de la cocina se atasca es porque la industria alimenticia mete palma en todas partes y se queda pegado en las tuberías igual que estará haciendo en tus arterias y que si la ducha pierde agua es porque me desbordan las emociones. Claro que también puede ser que la instalación general de la casa no esté del todo bien hecha; que a mí ya me va bien, pero igual es eso de que se ha hecho rápido y casi sin frotar.
En resumen, ha venido al caso que con el acto de cuidar aprendemos a cuidar. No sé si no decirlo al principio porque todo esto para decir tan poco. Luego ha venido al caso que la casa es lo primero a mano que tiene el cuerpo que yo, tú, tenemos a priori a mano. Y luego, en el cuidado de la casa, hemos hecho una analogía que nadie más ha hecho, esto es, que me he inventado yo. Y en la analogía, claro, ya vemos, descubrimos, desocultamos, al cuerpo que no habíamos visto en el espejo, pues su reflejo no nos lo refleja. Y luego vemos que, cuidando la casa, cuidamos al cuerpo.
O, al menos, lo reconocemos.
¿No?