Mientras Rolando Asuero
anda en su primavera con una esquina rota y con una picazón en el tobillo probablemente reacción alérgica ante el futuro espeso que se avecina, un aún no conocido vecino intenta ponerse en Amy Winehouse flow, y lo consigue superando asombrosamente su timbre (al final no queda claro el timbre de quién). A todo eso, descubro que la ventana del tejado puede abrirse un poco más y me dan menos ganas de irme con la música a otra parte. Así que pongo el trípode que me acompaña tantos años ha encima de la mesa y me subo con él a observar la pared mientras enciendo una cañita. Ya sé, es un vicio.
Pero es que beatricita con sus vicios es muy estricta. Si no se fuma una cañita por la mañana no soporta el mundo exterior (y quizá tampoco el interior). Tiene que fumarse otra al medio día y otra por la tarde noche. Y si en algún momento le entran ganas de matar, fumarse otra se las quita. Así es. A veces le cuesta reconocerlo, incluso a veces se esconde de ella y del mundo (tanto esta vez se ha escondido que le cuesta saber dónde está). Con lo fácil que sería poder ser así natural si se lo permitiera. No hace falta que sea siempre, aunque casi siempre estaría mejor que nunca o que a veces, mira.
Mirando así a la pared, parece que no haga nada, pero en realidad está dejando que su cerebro se vacíe y deje entrar cosos o cosas nuevas, o haga que liguen otras y otros que antes estaban sueltas, lazos rotos y costuras descosidas.
Entre pregunta y palabrería
hay muchas diferencias y una analogía. Las diferencias son todas las posibles, pero la analogía es que ambas son dos formas de la misma forma: el lenguaje. Esa cosa que, junto con la mano, cambia, transforma, hace y rehace el mundo y las relaciones y cambios sociales que se dan intramundanamente. Esa cosa que según te mueves parece igual, pero cambia perceptivamente, te hace llegar y quizá volver y a lo mejor quedarte. Pero hace que te desacerques y que te desalejes.
Con cada vaivén
algo nuevo o renovado emerge, con una luz, esa sí, nueva, que enfoca texturas que antes no habías percibido y eran precisamente las que te encajaban en tu vestido cultural. Así que, no sé. Las palabras también pueden andar solas. Y también te pueden transportar. Que se lo pregunten a Beatricita. Sarcasmo. Aeropuerto. Libertad.
La libertad
en el exilio debe ser rara. Como cuando a una planta la cogen de un ambiente y lo plantan en otro. Seguro que no muere, pero aspecto de mucha felicidad no está claro que pueda expresar. Quizá con el tiempo. Quizá con nuevas raíces. El señor del piso le dijo que tenía once meses para enraizar. Y le respondió que para un bonsái le daría. Al señor del piso no le dijo que estaba en el exilio, él cree que viene a estudiar trabajar enraizar. Le da vergüenza explicarle que la actual etapa es la tercera… o decimocuarta
de su exilio.
Salud y Belleza,
Beatricita